17 de Diciembre de 1830
"Ha muerto el Sol de Colombia"
La muerte,
misericordiosa, le sorprende en San Pedro Alejandrino, una hacienda
cercana a Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830.
Su última proclama,
firmada el día 10, después de haber recibido los auxilios espirituales
de un sacerdote, es un elocuente testimonio de su grandeza, de su
desprendimiento y de la rectitud de su espíritu. Es, también, y sobre
todo, un legado donde señala rumbos hacia el futuro."
Los pueblos que
liberó su espada conservan la esperanza de que sus hombres revivan el
espíritu de Simón Bolívar y culminen su obra.
Los malentendidos
entre Colombia y el Perú conducen a una guerra, concluida felizmente,
después de la batalla de Tarqui, con la afirmación de Sucre de que la
justicia de su causa era la misma antes que después de la victoria. Se
convoca a un nuevo congreso, que se reúne en Boyacá en la apoteósica
entrada en Caracas enero de 1830 y que la elegante precisión del verbo
bolivariano denomina infructuosamente "Admirable"). Lo preside Sucre,
quien realiza los mayores esfuerzos por lograr la reunificación con
Venezuela. Todo resulta inútil. El destino ha marcado su signo.
El proceso es
fatal. Sucre es asesinado el 4 de junio en la montaña de Berruecos,
cuando regresaba a su hogar rumiando amargas preocupaciones. Por otra
parte, el Congreso de Venezuela, temeroso de que la presencia del
Libertador volviera a disipar los proyectos separatistas, pone como
condición a todo diálogo su exclusión del territorio nacional: es el más
duro de los ultrajes y el más triste de los hechos históricos de
nuestra República.
El congreso
colombiano, a su vez, le acepta la renuncia; designa un nuevo presidente
que no asume por lo pronto el poder; el general Rafael Urdaneta, se
hace cargo del gobierno el 5 de septiembre, instando al Libertador a
volver. Este, que se halla en ruta a la costa atlántica con el propósito
de pasar a Europa, encuentra en el deterioro de su quebrantada salud el
desenlace de su ciclo vital.
Le da hospitalidad
en la quinta de San Pedro Alejandrino, cerca de Santa Marta, un hidalgo
español, Joaquín de Mier; y lo atiende en su última enfermedad un
médico francés, Alejandro Próspero Reverend, que ganó con su afecto por
el noble paciente la gloria de la inmortalidad. Historiadores médicos
discuten hoy acerca del tratamiento que indicó Reverend: lo cierto es
que ya la inmensidad de la figura y de la obra de Bolívar no cabían en
el escenario de su vida.
Sabía
que iba a morir, se preparó dejando un mensaje inolvidable en el que
sus últimos deseos los expresaba y el sacrificio de su existencia lo
ofrecía, para recomendar el mantenimiento de la unión grancolombiana. El
obispo José María Esteves, de Santa Marta, y el cura de Mamatoco,
Hermenegildo Barranco, le dieron los últimos auxilios religiosos.
Falleció el 17 de diciembre de 1830. Tenía solamente 47 años: pero ya
resonaba la frase del elocuente Choquehuanca, quien desde el Perú había
pronosticado: "con el tiempo crecerá vuestra gloria como crece la sombra
cuando el sol declina".
Sus restos,
inhumados solemnemente en la catedral de Santa Marta, fueron trasladados
a la catedral de Caracas en 1842, en apoteosis presidida por el general
Páez y narrada en párrafos neoclásicos por Fermín Toro. De la catedral
pasaron, en el gobierno de Guzmán Blanco, al Panteón Nacional, un templo
donde predomina la afirmación de su grandeza. En medio de su increíble
actividad, la soledad de su espíritu se resentía de la falta de un
verdadero amor.
El recuerdo de la
esposa muerta lo acompañaba siempre. Comprendía que, tal vez, si ella
hubiera vivido, su destino heroico no se habría cumplido (se le atribuye
la expresión de que no habría pasado de ser "alcalde de San Mateo");
pero el vacío que ella había dejado en su existencia no pudo llenarlo
con las aventuras galantes, con encuentros furtivos, ni siquiera con
manifestaciones de afecto, entremezclado con veneración, por más que
provinieran de mujeres hermosas, inteligentes o sensibles.
Solamente una
quiteña, Manuela Sáenz, de espíritu atrevido, pasando por encima de las
normas sociales y provocando inevitables reacciones, al entregarse a él
con irrefrenable vehemencia, llegó muy cerca de su corazón. No fue una
mera relación carnal la que existió entre ellos: aquélla a la que llamó
"sublime loca") le dio aliento de vida, y vino a convertirse en
"libertadora del Libertador" cuando salvó su vida en el atentado
septembrino, distrayendo a los conjurados mientras el Libertador se
ponía a salvo. Los años finales de Manuela después de la partida y
muerte dei amado, fueron un triste epílogo de su participación en la
tragedia bolivariana.
No logró el
Libertador consolidar en los nuevos estados la vida institucional. En su
último año llegó a exclamar, en mensaje al Congreso: <Pero
no. No había arado en el mar. Su figura continúa agigantándose, por
encima de todos sus contemporáneos en el ámbito de su acción. El estudio
de su pensamiento lo califica como uno de los más geniales visionarios
del acontecer político y uno de los más brillantes cultores de la
filosofía del estado, a la vez que uno de los más profundos conocedores
de las realidades de los pueblos. Para las naciones que
libertó-Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá es y será
Padre de la Patria. Para toda Latinoamérica, su voz es mensaje y su
figura es prototipo de las aspiraciones generosas.
En bronce o
mármol, se encuentra en las principales plazas de las ciudades y pueblos
de las repúblicas hijas de su espada. Su figura heroica campea en
muchas capitales del mundo. Lima, Caracas,Bogotá, Quito, La Paz y Panamá
no son las únicas: también, entre otras, Buenos Aires, México, Río de
Janeiro, Santo Domingo, San Juan de Puerto Rico, Tegucigalpa, Guatemala;
le hallamos en Puerto España y Kingston, en Nueva York y Washington, en
Roma y París, Londres y Madrid, además de muchas otras ciudades como
Cádiz, Garachico (Canarias), Trujillo (Perú), Arequipa, etc. Su nombre
distingue una nación (Bolivia), un estado de Venezuela, numerosos
distritos jurisdiccionales y diversas ciudades (en Venezuela, en la
Argentina, en los Estados Unidos); es epónimo de universidades y liceos,
así como de numerosas sociedades e instituciones.
El adjetivo
"bolivariano" ha entrado, por él, al diccionario. Son incontables los
libros que recogen su pensamiento o que se ocupan de su vida y de su
obra; ha servido de inspiración a historiadores y poetas, a escultores y
músicos, y hasta una ópera, estrenada en París, ha sido compuesta con
su figura como tema. Maestro de maestros, su pensamiento ha servido de
inspiración a pensadores y estadistas.
Y está vigente la hipérbole del
insigne uruguayo José Enrique Rodo: " (...) si el sentimiento colectivo
de la América libre y una no ha perdido esencialmente su virtualidad,
esos hombres, que verán como nosotros en la nevada cumbre del Sorata la
más excelsa altura de los Andes, verán, como nosotros también, que en la
extensión de sus recuerdos de gloria nada hay más grande que Bolívar".
Testamento de Simón Bolívar
Testamento de su excelencia, Santa Marta, 10 de diciembre de 1830
En nombre de Dios
todo Poderoso. Amén. Yo, Simón Bolívar, Libertador de la República de
Colombia, natural de la ciudad de Caracas en el Departamento de
Venezuela, hijo legitimo de los señores Juan Vicente Bolívar y María
Concepción Palacios, difuntos, vecinos que fueron de dicha ciudad,
hallándome gravemente enfermo, pero en mi entero y cabal juicio, memoria
y entendimiento natural, creyendo y confesando como firmemente creo y
confieso el alto y soberano misterio de la Beatísima y Santísima
Trinidad, Padre Hijo y Espíritu Santo tres personas distintas y un solo
Dios verdadero, y en todos los demás misterios que cree, predica y
enseña nuestra Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana, bajo cuya
fe y creencia he vivido y protesto vivir hasta la muerte, como Católico
fiel Cristiano, para estar prevenido cuando la mía me llegue con
disposición testamental, bajo la invocación divina, hago, otorgo y ordeno mi Testamento en la forma siguiente:
-
Primeramente encomiendo mi Alma a Dios nuestro Señor que de la nada la crió, y el cuerpo a la tierra de que fue formado, dejando a disposición de mis Albaseas el funeral y entierro, y el pago de las mandas que sean necesarias para obras pías, y estén prevenidas por el gobierno.
-
Declaro: fui casado legalmente con la Sra. Teresa Toro, difunta, en cuyo matrimonio no tuvimos hijo alguno.
-
Declaro: que cuando contrajimos matrimonio, mi referida esposa, no introdujo a el ninguna dote, ni otros bienes, y yo introduje todo cuanto heredé de mis padres.
-
Declaro: que no poseo otros bienes mas que las tierras y minas de Aroa, situadas en la Provincia de Carabobo, y unas alhajas que constan en el inventario que debe hallarse entre mis papeles, las cuales existen en poder del Sr. Juan de Francisco Martín vecino de Cartagena.
-
Declaro: que solamente soy deudor de cantidad de pesos a los señores Juan de Francisco Martín y Poules y Compañía, y prevengo a mis Albaseas que estén y pasen por las cuentas que dichos Señores presenten y las satisfagan de mis bienes.
-
Es mi voluntad: que la medalla que me presentó el Congreso de Bolívia a nombre de aquel pueblo, se le devuelva como se lo ofrecí, en prueba del verdadero afecto, que aún en mis últimos momentos conservo a aquella República.
-
Es mi voluntad: que las dos obras que me regalo mi amigo el Sr. Gral. Wilson, y que pertenecieron antes a la biblioteca de Napoleón tituladas "El Contrato Social" de Ruseau y "El Arte Militar" de Montecuculi, se entreguen a la Universidad de Caracas.
-
Es mi voluntad: que de mis bienes se le den a mi fiel mayordomo José Palacios la cantidad de ocho mil pesos, en remuneración a sus constantes servicios.
-
Ordeno: que los papeles que se hallan en poder del Sr. Pavageau, se quemen.
-
Es mi voluntad: que después de mi fallecimiento, mis restos sean depositados en la ciudad de Caracas, mi país natal.
-
Mando a mis Albaceas que la espada que me regaló el Gran Mariscal de Ayacucho, se devuelva a su viuda para que la conserve, como una prueba del amor que siempre he profesado al espresado Gran Mariscal.
-
Mando a mis Albaceas se den las gracias al Sr. Gral. Roberto Wilson por el buen comportamiento de su hijo el Coronel Belford Wilson, que tan fielmente me ha acompañado hasta los últimos momentos de mi vida.
-
Para cumplir y pagar este mi textamento y lo en el contenido, nombro por mis Albaceas textamentarios, fidei comisarios, tenedores de bienes a los Sres. Gral. Pedro Briceño Méndes, Juan de Francisco Martín, Dr. José Vargas, y el Gral. Laurencio Silva, para que de mancomún et insolidum entre en ellos, los beneficien y vendan en almoneda o fuera de ella, aunque sea pasado el año fatal de Albaceasgo pues yo les prorrogo el demás tiempo que necesiten, con libre franca, y general administración.
-
Y cumplido y pagado este mi textamento y lo en el contenido instituyo y nombro por mis únicos y universales herederos en el remanente de todos mis bienes, deudas, derechos y acciones, futuras sucesiones en el que haya sucedido y suceder pudiere, a mis hermanas María Antonia y Juana Bolívar y a los hijos de mi finado hermano Juan Vicente Bolívar, a saber, Juan, Felicia y Fernando Bolívar, con prevención de que mis bienes deberán dividirse en tres partes, las dos para mis dichas hermanas, y la otra parte para los referidos hijos de mi indicado hermano Juan Vicente, para que lo hayan, y disfruten con la bendición de Dios.
Y revoco, anulo, y
doy por de ningún valor ni efecto otros testamentos, codicilos, poderes
y memorias que antes de este haya otorgado por escrito, de palabra o en
otra forma para que no prueben ni hagan fe en juicio, ni fuera de el,
salvo el que presente que ahora otorgo como mi ultima y deliberada
voluntad, o en aquella vía y forma que mas halla lugar en derecho. En
cuyo testimonio así lo otorgo en esta hacienda San Pedro Alejandrino de
la comprensión de la ciudad de Santa Marta a diez de diciembre de 1830.
Y su excelencia el
otorgante a quien yo, infrascrito, Escribano Publico del Número
certifico que conozco, y de que al parecer está en su entero y cabal
juicio, memoria y entendimiento natural, así lo dijo, otorgó y firmó por
ante mí en la casa de su habitación, y en éste mi Registro Corriente de
Contratos Públicos siendo testigos los S.S.: Gral. Mariano Montilla,
Gral. José María Carreño, Coronel Belford Hinton Wilson, Coronel José de
la Cruz Paredes, Coronel Joaquín de Mier, Primer Comandante Juan Glenn y
el Dr. Manuel Pérez Recuero, presentes.
Ante mí, José Catalino Noguera, Escribano Público.
Última Proclama del Libertador
A los pueblos de Colombia
Colombianos:
Habéis presenciado mis
esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He
trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad.
Me separé del mando cuando
me persuadí que desconfiábais de mi desprendimiento. Mis enemigos
abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi
reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis
perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los
perdono.
Al desaparecer de en
medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de
mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de
Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los
pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía;
los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los
militares empleando su espada en defender las garantías sociales.
¡Colombianos! Mis
últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye
para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré
tranquilo al sepulcro.
Hacienda de San Pedro, en Santa Marta, a 10 de diciembre de 1830. 20º.
Simón Bolívar
LA MORTAJA DEL LIBERTADOR FUE PRESTADA:
Por el profesor Juan de Dios Sanchez
Asesor historico del: Ministerio de la Defensa,
República de Venezuela
JUNIO DE 1.999
Asesor historico del: Ministerio de la Defensa,
República de Venezuela
JUNIO DE 1.999
Al buscar en las cosas extrañas o simplemente increíbles que acompañaron el transito final del Libertador, prisionero entre las cuadradas formas de la Quinta de San Pedro alejandrino, en la hermosa ciudad colombiana de Santa Marta hay dos realidades que nos acompañan.
El hombre que dio la
libertad a medio hemisferio americano murió en casa ajena y con camisa
prestada. Ajena la casa y aunque propiedad de un caballero español, no
pudo sentirse ni en su propia casa ni en el país ni en donde la ciudad
donde nació.
Aquella casa, la casa de los mier, ha debido mover su alma más que todas las que antes vio y en las que vivió
En cuanto a la camisa
se tiene como seguro que perteneció al general venezolano, nacido en
la ciudad de El Tinaco, Estado Cojedes José Lauriano Silva, uno de los
lideres del tiempo de la emancipación y quien para el momento, (1830)
el grado de general de División al que había ascendido después de la
acción militar del Pórtete de Tarquí en que las tropas ecuatorianas
comandadas por Sucre derrotaron a las peruanas lideradas por La Mar.
1830 fue un año de
terrible momentos: era el final de ciclo heroico y Sucre ya había muerto,
Bolívar lo acababan las fiebres y las tristezas pero, por esos momentos
estelares de la vida de los hombres, la historia se detiene sobre la
cabeza de Silva y lo señala para que sea un símbolo eterno de lealtad al
hombre y de todos los pueblos.
La mañana moría y
empezaba la tarde del diecisiete de diciembre de 1830y al no llegar el
oxigeno al celebro de Bolívar expiró. A lo ignoto voló aquel espíritu
superior pero los despojos humanos, atados a la tierra, estaban desnudos
y solitarios sobre el lecho de muerte.
No había ropajes de
lujo como otrora, nada de sedas ni linos para vestir al más grande de
los hombres. Rodean al Libertador puros hombres y Bolívar no tiene
camisa con que amortajarlo. La que tiene puesta está rota dice
Reverend. Esto quizás sea un ejemplo para que las generaciones
posteriores al Libertador superen la injusticia que se agolpó sobre la
cabeza de quien liberó seis naciones.
Bolívar el que nació
en cuna de oro, al que le sobraban vestidos y sirvientes se enfrentaba
siendo ya un despojo humano al duro trance de ser enterrado con una
camisa rota y raída... Pero Silva, en posición que lo eterniza, con
piedad, con respeto al comandante de todos los días y de todos los
tiempos, con sentido de servicio, fiel, obediente, atento subalterno,
trae una de sus camisas y amortajan al Libertador.
Nadie puede saber que sintió Silva. Estaba cumpliendo uno de los deberes como Albacea del muerto inolvidable.
Y a la historia pasa,
como los bíblicos ayudantes de Jesús, la figura de Silva cumpliendo más allá de todo su deber y su amistad.